
Ser pícaro es fácil cuando la tarea de afrontar la culpa corresponde a otro. Y uno prepara sus argumentos para la audiencia sentado al lado de una camilla del sanatorio y cae en la cuenta de que te morís por volver, solo que no encontrás un argumento con la suficiente autoridad como para convencer a tu orgullo. Cada vez soy menos yo, y sigo siendo el mejor ejemplo de que la vida sigue. Cuando las distracciones ya aburren y las pretensiones lastiman uno empieza a comprender que no hay otra felicidad que la paz interior. Y a veces no es uno el que se aleja sino que a uno lo alejan y uno acata, hasta que empieza a tomarle el gustito a eso de desaparecer, acariciar con el alma la invisibilidad ¿Que está pasando Juanjo? ¿Donde estás? ¿Que son esas figuras que se hacen presente cuando cerrás los ojos? A veces pienso que mi mejor pariente alcanzó el Nibbana y no quiere contarme hasta el día que deje de ser yo ¿Cómo explico entonces que a la distancia sabe lo que siento? ¿Cómo explico entonces que no necesito hablar pues lee mis pensamientos? Y a veces pienso que solo soy yo y se trata de un fenómeno muy acentuado, producto de la dualidad de esta mente... un deber ser que señala el camino cuando ando tropezando en pisos lisos.
Y hay tanto ego que hasta es materia, tengo un cuerpo, o un cuerpo me tiene... tenemos un Mara que nos garantiza un Samsara y todavía queremos un escribano público que nos garantice el trozo de tierra al que estamos atados. Bendito ego social y uno cada vez más despersonalizado.
Y uno solo necesita dejar de necesitar.
Joan Evol.-
18/06/2014.
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