Recuerdo que llovía y llovía y las lágrimas caían acompañando la caída del agua que en el suelo se estrellaba,
era la primera vez que cumplía treinta y cuatro... y hasta creo que la única.
Creo que no estaba entusiasmado, pero si inspirado... y el manipulador acto de histeria entre las sonrisas compasivas se lucía como la copa del mundo en un telepirulo importado.
Querías reafirmar tu postura.
Querías que se te viera bien.
...y querías que ella esté.
Tardaste en reconocer que las notorias independencias se dan bajo el sol de cáncer. Y en cierto modo estás agradecido de saber Neptunos a tu gran referente y a tu mejor amigo... para que no te olvides nunca del día en que haz nacido.
Y supura el Muladhara, y pudiste ver al desgano disfrazarse de voluntad... solo para que te vieran, solo para que te hieran, solo... para hacerte notar.
Y tardás en darte cuenta que no tenés ni lo que sos... la evidencia está expuesta, servida en bandeja... pero está eso que no quiere dejar de ser: Vos... si, Yo.
Y no, y no, y no... y se refugia en el miedo, en un nuevo pánico a la completa locura, a una posible posesión demoníaca o a la completa disolución del ególatra que clama "estar ahí para contarlo, para llevarme algún crédito" -¡Hijo de puta!- y encima todavía tenés habilidad para rescatarte.
Y se te escapa lo abstracto cuando solo querías escribir algo acerca de tu cumpleaños -esto de estar quedando loco resulta divertido acariciando los cuarenta-, consecuencias de conversar con uno mismo.
Desde el día que caí en la cuenta que no tengo la obligación de caerle bien a nadie y que dormir en la cama es solo una opción, y a veces el piso resulta más apetecible, fue que decidí seguir soltando esta sarta de -para algunos- pavadas, claro esta.
Y uno se dice a si mismo: es más cómodo echarse uno la culpa en segunda persona.
Ya no me frustro.
Y pensar que Buda llegó al Nibbana cuando tenía mi edad, y Yo estoy tan lejos... tan lejos de todo, tan lejos de mí, tan indiferente al ser no siendo.
Joan.-
18/03/2015.